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Descolonizando la educación: ¿Nos están echando el cuento bien?

María Angélica Higuera Sierra

Han pasado 212 años desde que se declaró la independencia de la República de Nueva Granada. Estando ni muy cerca ni muy lejos de aquellos tiempos, se hace pertinente la pregunta para saber si dicha independencia se ha concretado o no fue más que un acto meramente simbólico. La transición hacia la independencia requiere más que un documento, un discurso o una guerra; es indispensable la transformación del pensamiento.


En nuestro país hay una gran falta de identidad, no sabemos quiénes somos y por qué somos. A pesar de no tener ansias por resolver esas preguntas, sí sabemos lo que no queremos ser. No queremos que se nos relacione con la montaña, ni con el campesino, mucho menos con el indígena. No queremos viajar a Pasto, ni a la Guajira, sin embargo, deseamos el tan esperado viaje a Europa o a Estados Unidos o cualquier parte del mundo que diga primer mundo. ¿De dónde proviene ese rechazo hacia lo propio y por qué la necesidad de copiar a otros?


La razón es que nunca hemos dejado de pensar como colonia, y esto responde a la manera en la que concebimos la conquista: la única narrativa que conocemos.


Para la mayoría –me incluyo– el limitado conocimiento sobre los acontecimientos de aquellas épocas se han aprendido en el colegio. Las clases de historia consistían en: Colón y su gran descubrimiento, los 5 mismos héroes de la patria, y el mestizaje. Y siempre se comienza a relatar desde la llegada de Colón, como si antes de él no hubiese existido nada. El interés por no saber es tanto, que cada año se repite el mismo enunciado “Colón el hombre que descubrió América”, pero no hubo semejante descubrimiento porque mucho antes de su llegada ya había humanidad, tenían sus propias lenguas, tradiciones, conocimientos, creencias, y organización social.


La cuestión es que no sabemos de ellos porque nunca los nombran, solo dicen “había indígenas y fueron esclavizados” y luego nos dan el motivo del acto “los europeos los consideraban animales” y nosotros también, porque una vez más repetimos que Colón descubrió América y que, por consiguiente, antes no había humanidad. Algo parecido ocurre al hablar del mestizaje, nos dicen “español más indígena es mestizo, español más africano es mulato, africano más indígena es zambo” como si de una operación matemática se tratase, cuando la realidad es que los españoles violaron a sus esclavas. Más fríamente, a las mujeres indígenas y negras no solo les arrebataron su cultura y todo lo que conocían, sino también les usurparon su sexualidad.


Esa es la manera en la que utilizamos el lenguaje para suavizar los actos atroces cometidos por los españoles. Porque, por alguna razón, nuestra historia busca defenderlos, y en ocasiones hasta parece que les debemos dar las gracias porque no nos dicen que erradicaron el 90% de las poblaciones nativas, más bien, nos convencen de que, gracias a ellos, dejamos el salvajismo. Deberíamos estar alarmados, ¿qué clase de pedagogía nos hace sentir vergüenza por nuestro propio pueblo? Y es que ese discurso que escuchamos todo nuestro bachillerato en un panorama nacional se transforma en violencia. Les pregunto, ¿no les parece que de pronto, solo de pronto, puede haber una relación entre esa pedagogía y que los pueblos indígenas y palenqueros sean tan ignorados tanto por los políticos como por las mismas personas?


Y aunque nuestro país sea llamado “República nacional de Colombia”, para ser una nación debemos tener identidad y no se puede tener identidad si desconocemos nuestra historia.

 
 
 

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